Hace algunos años, creo
que en el 2009, María Silvia y yo compartíamos un texto del Tercer Isaías, teníamos
que hacer un trabajo.
El tercer Isaías tiene
cuatro discursos refiriéndose a una ciudad con imágenes femeninas:
-
57, 6-13;
-
60;
-
62;
-
66, 7 –14a.
El primero tiene una connotación negativa, en tanto que en los otros
tres las imágenes femeninas son muy positivas.
Nos tocaba analizar el último,
Is 66,7-14a, que presenta a Jerusalén como una mujer fecunda, como una medre,
que da a luz a un pueblo y a Dios como una mujer que lleva y consuela a sus
hijos. Las imágenes femeninas, maternas dan idea de paz[1].
Cuando una ciudad está en paz, es semejante a un seno protegido y seguro; más
aún, es como una madre que amamanta a sus hijos con abundancia y ternura (cf.
v. 11). Desde esta perspectiva Jerusalén vuelve a ser una ciudad - madre que
acoge, sacia y deleita a sus hijos, es decir, a sus habitantes. Sobre esta
escena de vida y ternura desciende la palabra del Señor, que tiene el tono de
una bendición (cf. vv. 12-14).
Pensabamos en el
contexto histórico del texto. Había terminado ya la cautividad en Babilonia,
los israelitas habían retornado a su tierra, habían reconstruido el Templo pero
las esperanzas no se habían realizado como Israel imaginaba en los días de
cautiverio o como Ageo y Zacarías profetizaban en los primeros años que
siguieron al retorno.
Jerusalén no es la
ciudad gloriosa y vencedora, sino un conjunto de ruinas. La pobreza y las
calamidades dificultan la reconstrucción de la ciudad, la hostilidad de los
pueblos vecinos no hace sino acrecentar las ya graves dificultades que se respiran
por todas partes. Todo ello es motivo de decepción para un pueblo que en el
dolor había imaginado un porvenir glorioso. Pero queda un resto de fervorosos
israelitas que no han perdido totalmente la esperanza y que, ante las
dificultades presentes, empiezan a entrever que las promesas de Dios sobre el
futuro de la ciudad santa han de referirse a una Jerusalén muy distinta de la
política y nacionalista que se habían imaginado.
En este
contexto Isaías dice:
“Antes de tener los dolores, ella dio a luz;
antes de llegarle el trance, liberó un varón:
¿Quién ha oído tal cosa? ¿Quién ha visto
cosas como éstas?
¿Acaso es parido un país en un sólo día? ¿o
es dada a luz una nación
de una vez?
Apenas tuvo dolores, Que también dio a luz
Sión a sus hijos.
¿Acaso yo hago romperse (la bolsa),si hacer
dar a luz?
- dice Yahvé -
¿Acaso soy yo el que hace dar a luz pero
obstruyo?
-
dice tu Dios -.
¡Regocijaos con Jerusalén, y alegraos por
ella,
todos los que la amáis!
¡Gozaos con ella con gozo, todos los que
lloráis por ella!
De modo que maméis y os saciéis de sus pechos
consoladores,
de modo que chupéis y os deleitéis de su ubre ponderable.
Porque así dice Yahvé:
He aquí que extiendo hacia ella como un río,
la plenitud,
y como un torrente desbordante la riqueza de
las naciones;
y mamaréis;
sobre el costado seréis llevados, sobre las
rodillas seréis acariciados.
Como uno a quien su madre lo consuela,
de la misma manera yo os consolaré
¡en Jerusalén seréis consolados!
¡Veréis y se gozará vuestro corazón,
y vuestros huesos como la hierba
florecerán!”.
Y nos pareció que la clave de lectura
de este texto es la esperanza. Una esperanza prefigurada, una esperanza con
mayúsculas que envuelve otra clave: lo femenino y lo maternal. Es un texto
que da la idea de anticipar algo asombroso, desbordante. Es un texto todo
“teñido” de esperanza
La figura, la imagen de un Dios
“obstetra” le da al texto una connotación especial que tiene que ver con la
vida, con la fecundidad, tan propia de la mujer[2].
Otra característica: la anatomía
humana, la referencia a partes del cuerpo humano: brazos, corazón, huesos,
manos; y la referencia a algo tan propio
del cuerpo femenino: los senos. Y de ahí, la idea de fecundidad, de dar vida a
través del “alimento que consuela y deleita”.
Y de los senos pasa a la comparación
con la ubre, que hasta puede parecer una falta de respeto a lo femenino, pero
como el texto, viene en un contexto de ternura que envuelve todas las palabras,
no nos parece una falta de respeto, sino que nos da la idea de solidaridad, de
amparo, de cobijo. Es la ubre comunitaria. De
lo individual se pasa a lo comunitario: “Vengan todos, hay para todos”.
Hay una madre que recibe a todos los hijos, los abraza, los alimenta, los acaricia.
Croatto dice que el libro de Isaías
apunta a la “reconstrucción de la esperanza” en los momentos más difíciles del
pueblo. Parece como que Yahvé siempre tiene en mente la esperanza para ofrecer
a su pueblo. En este texto casi
podríamos hablar de una esperanza “premeditada”, desde siempre, desde antes...
La imagen de la ciudad que alimenta,
que cobija, que acaricia, es como un bálsamo de paz para un pueblo que ha
sufrido mucho. Es la antítesis de la ciudad violenta que expulsa a sus
habitantes. Con las características que le da a la ciudad, es imposible que no
haya paz. Y si hay paz, será posible la justicia...
No sé, por un momento me paro en
el lugar de pueblo desesperanzado porque las promesas no se cumplen, pero
intentando confiar en Dios; un pueblo con seres queridos lejos tratando de
buscar un futuro mejor, intentando confiar en Dios; un pueblo que busca
respuestas, pero un pueblo que sigue intentando confiar en Dios. No sé porque
pero no es tan difícil pararse en el lugar del pueblo al que se dirigía el
Tercer Isaías. Se ve que el tiempo pasa pero algunas sensaciones quedan…
Sin embargo la invitación sigue
siendo a confiar, confiar en que Dios tiene un proyecto de amor para nosotros
desde siempre; que ese proyecto incluye a todos, reúne y acerca a los lejanos,
consuela a los que están cerca pero afuera, porque hay paz para todos, esa paz
que se desborda con la fuerza de un río.
Quizás el desafío sea
entendernos, cada uno de nosotros, cada una de nosotras, proyecto de amor de
este Dios que tiene un poco de obstetra y un poco de Madre; quizás si nos
animamos seamos concientes de esa paz que se desborda y podamos transmitirla a
los demás; quizás si lo logramos el mundo, y las sensaciones sobre él, empiecen
a cambiar.
[1]
La madre en la historia de la salvación: las
características de la madre se descubren, traducidas metafóricamente, ya para
expresar una actitud divina, ya en el orden mesiánico, o para expresar la
fecundidad de la Iglesia.
Ternura
y sabiduría divina: hay en Dios tal plenitud de vida que Israel le da los
nombres de padre y de madre. Para expresar la misericordiosa ternura de Dios,
rahamin designa las entrañas maternas y evoca la emoción visceral que
experimenta la madre para con sus hijos (salmo 25,6; 116,5) Dios nos consuela
como una madre (Is 66,13) y si una madre fuera capaz de olvidar al hijo de sus
entrañas, Él no olvidará jamás a Israel (Is 49,15). (Cf. León Dufour, Xavier: “Vocabulario de
Teología...”).
[2]
Asimismo, Yahvé recurre a otras imágenes
vinculadas a la fertilidad. En efecto, habla de ríos y torrentes, es decir, de
aguas que simbolizan la vida, la exuberancia de la vegetación, la prosperidad
de la tierra y de sus habitantes (cf. v. 12).