Que linda tarea la que me ha tocado en suerte. Ayer nomás me descubría especialista en transitar ausencias pero ¿Alguien habló de los cierres?
De todas maneras sólo estamos hablando de cerrar una casa.
Una casa que ya se encuentra deshabitada ¿Qué puede tener eso de complicado? Lo
principal debe ser tener un plan y seguir metódicamente un orden ¿no? ¿Por
dónde empiezo?
No se por donde empezar. De hecho tendré que poner en duda
mi primer afirmación. Esto no va bien. Esta casa está habitada, quizás lo está
más de lo que ella se diera cuenta, quizás siempre lo estuvo. Está claro que no
estoy hablando ni de simbolismos, ni de recuerdos; estoy hablando de su forma de
estar, esa tan particular que se quedó impregnada en las paredes, que mora cada
olla y cada libro en la biblioteca de forma concreta. ¿Cómo tocar eso? ¿Cómo
cerrar toda la vida latente?
Es imposible.
Los seres trashumantes hacen casa en cualquier lugar y sí
que saben llenar espacios, son especialistas en habitar corazones hasta
inflamarlos. Lo sé por experiencia y porque heredé de forma literal su
incapacidad de quedarse, su necesidad de cambio, de construcción, de vivir sin
que la aten. Sin embargo esas paredes no dicen todo eso, o quizás sí.
Definitivamente sí. Recorro mentalmente los pasillos y no puedo evitar recorrer
los últimos días y la encuentro atada, demasiado atada. De repente tiene lógica
su partida, tan intempestiva como ella.
Su casa era la patria, esa que quería “experienciar” con
soberanía política, independencia económica y justicia social, por la que se
jugó todo y en la que nos crió y nos educó. A esa casa la habitó a sus anchas y
esa casa no se cierra, aunque haya puesto a descansar su paso por este mundo.
La otra, la que la vió inmóvil y la dejó sin aire, esa sí, ese cierre sí que
toca. Nos toca. Pero no ahora. Es pronto.
Será cuestión de conseguir cajas y conseguir ganas;
repartirnos de a uno tanto los libros como los recuerdos; cantar la marcha
mientras regalamos las ollas para que se vuelvan populares y comunitarias como
ella siempre fue; recordarla sonriente mientras acariciamos esos pañuelos que
siempre le gustó ponerse en la cabeza y que más de una vez puse en la mía
porque quería parecerme a ella. La ropa, seguramente, seguirá un destino
parecido al de las ollas porque ese es el único destino lógico que pueden tener
sus cosas. Sí, sí, pero no toda. Esos dos sacos que le tejí me los quedo,
porque los hice para abrazarla un poquito para que no tenga frío y ahora soy yo
la que lo tengo.
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