
El dolor nos convoca a hacerle lugar, acariciarlo, sanarlo, volverlo fecundo.
A veces no podemos hacer que deje de doler, pero podemos trabajar para que esa misma herida no se la infrinjan a nadie más y, entonces, ese dolor puede ser semilla.
No creo en el sacrificio, no hablo de eso; creo en el compromiso entre iguales, ese compromiso que me hizo reconocerme víctima inocente entre otras víctimas, empezar a sentir que ya no tengo miedo si no palabras guardadas en un cuerpo que, roto y doliente, exige rebelión viva, cierta y sorora por las que son, las que vienen y las que no vuelven más, las que son acalladas, las que ya no tienen voz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario