El dolor abre espacios, ayuda a sanar, nos muestra la herida, nos recuerda que existe. En el momento menos esperado, y de diversas formas, de repente duele como diciendo yo sigo acá.
El dolor exige. Exige movernos, hacer algo, dar respuesta, asumirlo, reconocer que no podemos, pedir ayuda.
El dolor nos convoca a hacerle lugar, acariciarlo, sanarlo, volverlo fecundo.
A veces no podemos hacer que deje de doler, pero podemos trabajar para que esa misma herida no se la infrinjan a nadie más y, entonces, ese dolor puede ser semilla.
No creo en el sacrificio, no hablo de eso; creo en el compromiso entre iguales, ese compromiso que me hizo reconocerme víctima inocente entre otras víctimas, empezar a sentir que ya no tengo miedo si no palabras guardadas en un cuerpo que, roto y doliente, exige rebelión viva, cierta y sorora por las que son, las que vienen y las que no vuelven más, las que son acalladas, las que ya no tienen voz.
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