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martes, 31 de mayo de 2016

Mujer ¿Por qué lloras?

En la misa del sábado en la que despedimos a Pablo compartimos Jn 20,11-18. Pablo era del club de fans de María Magdalena. Había sido liberada por Jesús y era una de sus seguidoras, pero está desesperada, “se han llevado del sepulcro al Señor”, dice, no entiende y llora.
El texto comienza junto a un sepulcro, imagen de vacío, de dolor, de pérdida. María está desolada pero de pie, buscando; ve que el sepulcro está vacío pero no entiende.

En el lugar donde yacía el cuerpo de su maestro, en el mismo en que Pedro y el discípulo al que Jesús quería vieron los lienzos que cubrían ese cuerpo inerte, ella encuentra dos ángeles de blanco que indagan sobre el origen de su dolor.

Aparece Jesús y ella lo mira pero no sabe que es él. Él pregunta, espera, permanece; la llama por su nombre, como el buen pastor que conoce a sus ovejas, y ella, que buscaba un cadáver, lo reconoce vivo. Su maestro, su consuelo. Se arroja a sus pies, pero debe dejar de hacerlo, debe de dar testimonio de que su Señor vive.

Cristianos y cristianas dos mil años después... ¿Cómo enfrentamos este sepulcro vacío? Lloramos pero sólo un rato, sabemos que no vamos a cambiar nada; hacemos lo que hay que hacer, cumplimos con lo que hay cumplir. En la vorágine de hoy todo tiene que estar controlado, la desmesura de gente que se encapricha en permanecer y llorar porque un cuerpo no está resulta ridícula. Será que también por incapacidad de desmesura y apuro en hacer “lo que hay que hacer”, no entendemos la desmesura del amor de quién no sólo permanece sino que también se muestra, nos llama por nuestros nombres y, respetuoso de nuestra libertad, nos acompaña en el camino.

Y el sepulcro resultó paradójico lugar de encuentro y cristofanía, mudo testigo del camino de fe de María, del proceso de reemergencia de una mujer que llegó hasta allí llorando, desolada, quizás descreída,  y que, tras chocarse con el amor del que toma la iniciativa, la reconoce y la acompaña, se va cambiada en una mujer exultante, primer testigo de la resurrección a quien se le confía la revelación de que se ha cumplido la alianza entre Dios y los hombres.

Y me encuentro ante otro sepulcro, ahí se supone que está mi amigo Pablo, pero el tampoco está ahí, y aunque todavía no puedo parar de llorar tengo la intuición de que aquí también hay un desafío, no se del todo cual. Pablo y yo nos acompañamos mucho y por suerte de a poco va apareciendo la memoria agradecida. Y en esa memoria aparecen cantidad de tardes que nos encontraron discutiendo cada uno desde su mirada, quizás la mía más científica quizás la de él más creyente, los textos bíblicos. Y me acuerdo que decidimos trabajar este texto desde el cuerpo de los personajes, y el fue María Magdalena y yo era Jesús y nos encontramos en un intermedio, y cuando me abrazo los pies casi nos caemos y así llegó a mi una María distinta desbordada de llanto y luego desbordada de alegría por la Pascua del Maestro. Hoy me está acompañando mucho María…


Yo tampoco entiendo tu tumba Pablo; intuyo amigo que te voy a extrañar para siempre y que, donde sea que estés, estás bien… Y voy a aceptar el desafío y me voy a quedar un tiempo en la desmesura; y te digo, aunque no te guste, que aunque te fuiste a destiempo, jodido como siempre, no  lo hiciste del todo por que calaste hondo en todos los que te queremos fuerte y mucho. 

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