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domingo, 27 de junio de 2021

Cerrar

Que linda tarea la que me ha tocado en suerte. Ayer nomás me descubría especialista en transitar ausencias pero ¿Alguien habló de los cierres?

De todas maneras sólo estamos hablando de cerrar una casa. Una casa que ya se encuentra deshabitada ¿Qué puede tener eso de complicado? Lo principal debe ser tener un plan y seguir metódicamente un orden ¿no? ¿Por dónde empiezo?

No se por donde empezar. De hecho tendré que poner en duda mi primer afirmación. Esto no va bien. Esta casa está habitada, quizás lo está más de lo que ella se diera cuenta, quizás siempre lo estuvo. Está claro que no estoy hablando ni de simbolismos, ni de recuerdos; estoy hablando de su forma de estar, esa tan particular que se quedó impregnada en las paredes, que mora cada olla y cada libro en la biblioteca de forma concreta. ¿Cómo tocar eso? ¿Cómo cerrar toda la vida latente?

Es imposible.

Los seres trashumantes hacen casa en cualquier lugar y sí que saben llenar espacios, son especialistas en habitar corazones hasta inflamarlos. Lo sé por experiencia y porque heredé de forma literal su incapacidad de quedarse, su necesidad de cambio, de construcción, de vivir sin que la aten. Sin embargo esas paredes no dicen todo eso, o quizás sí. Definitivamente sí. Recorro mentalmente los pasillos y no puedo evitar recorrer los últimos días y la encuentro atada, demasiado atada. De repente tiene lógica su partida, tan intempestiva como ella.

Su casa era la patria, esa que quería “experienciar” con soberanía política, independencia económica y justicia social, por la que se jugó todo y en la que nos crió y nos educó. A esa casa la habitó a sus anchas y esa casa no se cierra, aunque haya puesto a descansar su paso por este mundo. La otra, la que la vió inmóvil y la dejó sin aire, esa sí, ese cierre sí que toca. Nos toca. Pero no ahora. Es pronto.

Ya parte de su obra fue a seguir obrando en manos de otra gente que sigue construyendo el sueño de un mundo más habitable y equitativo para todos. Nosotros, sabiéndonos que nos sentía sus sueños más fecundos, tampoco cerramos. Nosotros seguimos porque nos enseñó, mientras nos soñaba reales y humanos como ella, a seguir siempre. A construir casa donde estemos. Sí, casas, esas que se forman con compañeros, esas que siempre están con las puertas abiertas. Ahora entiendo la pobre eficacia del plan de cierre propuesto. Nos enseñó a construir, a compartir, a abrazar, nunca nos enseñó a cerrar. Ese es un aprendizaje que debemos hacer solos, o juntos, no sé.

Será cuestión de conseguir cajas y conseguir ganas; repartirnos de a uno tanto los libros como los recuerdos; cantar la marcha mientras regalamos las ollas para que se vuelvan populares y comunitarias como ella siempre fue; recordarla sonriente mientras acariciamos esos pañuelos que siempre le gustó ponerse en la cabeza y que más de una vez puse en la mía porque quería parecerme a ella. La ropa, seguramente, seguirá un destino parecido al de las ollas porque ese es el único destino lógico que pueden tener sus cosas. Sí, sí, pero no toda. Esos dos sacos que le tejí me los quedo, porque los hice para abrazarla un poquito para que no tenga frío y ahora soy yo la que lo tengo.

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